Muchos de los que consideramos males de nuestro tiempo, como la depresión, la insatisfacción o la inseguridad ante el futuro, son fruto de una cultura material donde lo importante es el éxito social, económico y laboral. Este tipo de preocupaciones no son nuevas, siempre el ser humano ha temido el fracaso. La pérdida de posesiones o el desprestigio, y la filosofía, en mayor o menor grado, ha tenido presentes estas cuestiones y se ha planteado cómo ayudar a las personas a superarlas.
Este planteamiento fue uno de los núcleos de la filosofía helenística, cuando los filósofos eran seguidos y escuchados por muchas personas que buscaban aliviar su desasosiego y la filosofía se orientaba como una curación del alma. Dirá Epicteto que “la escuela del filósofo es un hospital del que no habéis de salir contentos, sino dolientes […] ¿En qué consisten los discursos filosóficos? En ser capaz de mostrar a uno y a muchos la contradicción en la que se desenvuelven y que se preocupan de todo menos de lo que quieres. Pues quieren lo que trae consigo la felicidad pero lo buscan en otra parte […] No hay mejor discurso que cuando el que habla muestra a los que le escuchan que lo necesitan” (Disertaciones, libro III, XXIII, 30-37)
Esta terapéutica del alma ya había aparecido en Sócrates, para el que la filosofía era una forma de vida y la función del filósofo era aliviar el alma de los miembros de una sociedad enferma de ideales ilusorios. Así el filósofo practicará y enseñará un “arte de vivir” que le proporcione una existencia equilibrada y serena liberándole de angustias, desequilibrios y temores basados en falsas opiniones e ilusiones.
Este será un punto de partida coincidente en todos ellos. Adquirimos falsa opiniones respecto al valor de lo que queremos conseguir como finalidad en la vida; en consecuencia, tenemos varios deseos que nos hace insensatos y nos empujan a perseguir fantasmas; de este modo tenemos una existencia desasosegada y atormentada. Somos infelices porque nos apartamos de nuestro fin natural. Epicteto expondrá que el origen de estos males está en nosotros mismos: “los hombres se ven perturbados no por las cosas sino por las opiniones sobre las cosas […]Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristezcamos, no echemos la culpa a otro sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones”; y Epicuro añadirá: “lo insaciable no es la panza, como el vulgo afirma, sino la falsa creencia de que la panza necesita hartura infinita” (Sentencias Vaticanas, 59)
Todas estas falsas opiniones nos causan temor e inquietud y se adueñan de nosotros porque no nos damos cuenta de que no son auténticos fines: “¿Así que tenemos muchos amos? Efectivamente. Y es que tenemos muchas cosas como dueños. Nadie teme al propio César, sino la muerte, el destierro, la confiscación de bienes, la prisión, la deshonra […] Cuando es eso lo que amamos y odiamos y tememos, por fuerza los que tiene poder sobre ellos son nuestros amos […]
La propuesta será tomar conciencia de que la finalidad de la existencia es vivir conforma a naturaleza y darte cuenta de que lo exterior a tu mente está sujeto al azar y no depende de ti, que el único ámbito en el que puedes ser libre y, por tanto, feliz y autorrealizarte como ser humano es dentro de tu entendimiento: “¿Qué es lo que nos hace libres de impedimentos y trabas al escribir? El saber escribir. ¿Y qué al tocar la cítara? El saber tocas la cítara. Por tanto, también al vivir el saber vivir” (Epicteto, Disertaciones, II, 60-63)
Incluso la muerte, uno de los hechos que mayor inquietud causa a los seres humanos, puede ser afrontado sin temor: “El mal que más nos pone los pelos de punta, la muerte, no va nada con nosotros, justamente porque cuando existimos nosotros la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente entonces nosotros no existimos” (Epicuro, Epístola a Meneceo) Según Marco Aurelio, “¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen […] los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme la acción de la naturaleza es un chiquillo”. (Meditaciones, II).
Una vez que somos conscientes de nuestra inútil búsqueda de falsos fines, debemos empezar a instruirnos en la búsqueda de la verdad. Epicuro afirmará que “Nacemos una sola vez […] Pero tú, que no eres dueño del día de mañana, retrasas tu felicidad y, mientras tanto, la vida se va perdiendo lentamente por ese retraso, y todos y cada uno de nosotros, aunque por nuestras ocupaciones no tengamos tiempo para ello, morimos”. (Sentencias Vaticanas).
En definitiva, en esta época la filosofía no se concebirá como un fin en sí mismo, sino como un medio para aprender a vivir y reconocer la legitimidad de deseos y valores. Si no produce una serie de actitudes basadas en principios éticos, no es más que una actividad inútil.
Esta perspectiva de la filosofía como salud del alma está siendo recuperada en la actualidad por algunos filósofos que creen que la psicología y la psiquiatría han delimitado en el estrecho marco de la enfermedad mental muchos problemas que son existenciales y se pueden solucionar reflexionando sobre los fines, inmediatos y últimos, de la vida.
El punto de partida es que todo el mundo tiene una filosofía de vida a través de la cual interpreta el mundo, lo valora y toma decisiones. En la vida encontramos muchas dificultades que requieren una aproximación existencial y una valoración filosófica para evitar sufrimientos intelectuales o emocionales., No se busca un simple análisis discursivo de la realidad, sino obtener una actitud vital que nos provea de madurez vital para afrontarla correctamente.
Se han creado asociaciones, como la American Philosophical Practicioners Association (APPA) de Lou Marinoff, que actualizan las filosofías de la Antigüedad creando un marco de referencia ideológico que ayude a superar situaciones conflictivas, como la experiencia de la muerte, la enfermedad o la desgracia, que pueden producirnos profundos problemas o traumas existenciales.
(AA.VV. La enciclopedia del estudiante. Historia de la Filosofía. Editorial Santillana. Madrid. 2005)