Definir la felicidad y acotar bien en qué consiste es sumamente difícil. La RAE, por ejemplo, define “felicidad” como un estado de gran satisfacción espiritual y física. Es decir, en positivo, el elemento fundamental es estar en una situación de satisfacción agradable. Por lo tanto, se nos está recordando que no necesariamente es algo permanente ni sempiterno, sino que, podríamos interpretar, son “momentos” de grata satisfacción. También se nos recuerda que dicha satisfacción agradable es espiritual y física. Se conjugan los dos aspectos, no van por separado.
En relación con la salud, la OMS, por ejemplo, cambió de una primera definición, en la que únicamente la identificaba como ausencia de enfermedad, a una definición más completa y compleja, positiva, en la que se tiene presente que es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. También se nos habla de “estado”, es decir, “situación”, “circunstancia”. ¿Se nos quiere decir que tanto la salud como la felicidad son “circunstanciales” y no “estructurales”? Parece ser que sí, pero si así fuera, no estoy de acuerdo. A mí me gusta decir (porque lo pienso, lo creo y estoy convencido de ello) que soy feliz, que he tenido una vida feliz, porque en el recorrido mental, yo “recuerdo” (re-cordar, pasar por el corazón, literalmente) las líneas maestras de mi vida, desde mi infancia hasta mi senectud, y es un proceso vital, feliz. Por lo tanto, yo- también como sociólogo- quiero pensar que hay una cierta explicación estructural. Se dan unas bases, de alguna manera “institucionalizadas”, sistémicas, más allá de las situaciones, acciones y contexto, que me permiten tener una sensación de felicidad. Y digo bien, “tener una sensación”, porque la felicidad, aunque se puede objetivar, es muy subjetiva, al menos como valoración personal. Con todo, cuando me duelen los hombros por el supraespinoso roto, o me pinza el nervio a la altura femoral de la pierna derecha y casi me invalida, en esos precisos momentos no sé si podría decir que soy feliz. Ahora, mientras escribo y reflexiono haciéndolo, creo que sí, que soy feliz, aunque tenga momentos difíciles. Momentos pasados, como el fallecimiento de mis padres y de otros familiares y amigos, alguna enfermedad muy complicada- al límite- de mi cónyuge, de la persona con la que he compartido la mayor parte de mi vida, y los momentos difíciles que han de venir y vendrán. La misma muerte, inexorablemente, es parte de la vida: morimos porque estamos vivos. En definitiva, tener salud como estado de completo bienestar físico, mental y social es tener muchos puntos para ser feliz. La salud es buena para la felicidad y, seguramente, la felicidad es buena para la salud.
En cuanto al dinero, tenemos que recordar que, como se suele decir, “no da la felicidad”, pero se suele continuar con expresiones parecidas a estas: “Pero algo ayuda en ello” o “la pobreza tampoco la da (la felicidad)”. Seguramente, la sabiduría popular quiere expresar que se han de tener las necesidades básicas cubiertas y algo más, pero no es necesario (incluso puede llegar a se contraproducente) tener una gran fortuna, ·exacerbada”. Según el estudio de Kushlev et al. (2015), el dinero está asociado con una sensación menor de tristeza pero no de más felicidad en la vida cotidiana. El dinero y la riqueza tienen más que ver con la tristeza que no con la felicidad. Lo cual también está demostrando que no estar triste no necesariamente quiere decir que se sea feliz. Nuevamente la definición de felicidad tendrá que ser en positivo, no puede ser la ausencia de tristeza y, por tanto, no depende mucho del dinero (aunque algo sí).
En relación con el amor ( y la amistad), y de acuerdo con Fromm, sabemos que el amor es un factor muy importante para la felicidad, lo es en tanto en cuanto, según dicho autor, es el sentido de la vida: la capacidad de amar es la afirmación de la vida, de la felicidad, del cuidado y del respeto. El amor da sentido a la vida y está en la base de la felicidad. Asimismo, hemos mencionado cómo Aristóteles afirma que la amistad es lo más necesario para la vida y para alcanzar la felicidad. La solidaridad y la fraternidad, según las neurociencias, aumentan la actividad hormonal de la oxitocina y de neurotransmisores como la dopamina o la serotonina, que consolidan situaciones de placer y felicidad.
Layard (2005) explica que el sentimiento de felicidad puede ser un estado de “sentirse bien” y la gente puede expresar en todo omento cómo se siente, siendo la felicidad como la temperatura que está fluctuando, independientemente de que pensemos o no en ella, y se puede comparar- la felicidad- con la de otra persona. Por tanto, se puede definir también la felicidad como sentirse bien, disfrutar de la vida y desear que ese sentimiento se mantenga. La infelicidad, por el contrario, sería sentirse mal y querer que las cosas fueran de otra manera. Dicho autor indica, en este sentido, que la felicidad empieza donde termina la infelicidad. Señala asimismo que la mayoría de las personas adoptamos una visión más bien a la larga, que acepta los altibajos y se centra en la propia felicidad media durante un período de tiempo bastante amplio. Por tanto, estaría en la línea de lo que hemos expresado con anterioridad en relación con una idea algo más estructural, que no puntual, de la felicidad, teniendo en cuenta, sin embargo, que dicha media en el período amplio de tiempo está compuesta de una serie completa de momentos en los que nos podemos sentir más o menos felices.
En todo caso, en esta sociedad globalizada y consumista, parece que la búsqueda de la felicidad no aparece como una opción personal, sino como un mandato social, lo cual tiene implicaciones tanto a nivel personal como social, político y económico. La ONU realiza mediciones de felicidad a nivel mundial a través del World Happiness Report, y los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, crearon en 2016 el Ministerio para la Felicidad. Por otro lado, The Happiness Research Institute es un centro danés que ofrece servicio de consultoría para mejorar la calidad de vida, al igual que la aplicación Happify, que promete también aumentar la felicidad.
En el campo de la psicología, Seligman propuso en 1998 el estudio del bienestar psicológico y la felicidad propugnando lo que se ha venido a denominar “psicología positiva”. En este sentido, propone una combinación de tres aspectos para tener felicidad: a)vida placentera: sentimientos de emociones positivas como la alegría y la gratitud, que tienen una gratificación inmediata subjetiva; b) vida comprometida: alcanzar un objetivo vital para cada persona, lo cual le llena de satisfacción y c) vida con significado: proponerse un objetivo para otras personas y que mejore el mundo.
Otros autores, como García- Alendete(2014), destacan de la psicología positiva su influencia sobre la salud en general y sobre el bienestar subjetivo, gracias a la percepción de control y los pensamientos positivos. Así, Ruut Veenhoven (2019) recomienda el enfoque de las emociones positivas en la investigación de la felicidad desde el punto de vista de lo que esta hace en las personas: sentirse bien afectivamente, fomentando acciones en esta línea.
De todas maneras, la psicología positiva tiene también sus detractores, que le critican la falta de rigor científico, ya que las propuestas no pasan en ocasiones de ser consejos de autoayuda, basados en el sentido común. Esto último no es del todo negativo ante las dificultades personales, y es cierto que es necesaria una visión psicológica más centrada en el individuo, que le permita utilizar sus capacidades personales y poner de su parte, individualmente, para buscare l bienestar y la felicidad. Pero, aun siendo real el componente subjetivo y personal de la felicidad, no es menos cierto que también han de tenerse en cuenta otras variables y elementos de ámbito económico, político y sociológico en el que enmarcar los análisis y las propuestas de mejora.
Así, entre otros, Fernández- Ríos y Manuel Vilariño (2016) afirman que la psicología positiva tiene una carencia de rigor empírico y la denominan “pseudociencia”, en el marco de maniobras engañosas, llegando a hablar incluso de “mitos” de la psicología positiva. En España, concretamente en los años de crisis posteriores a 2008-2010, fue muy criticada porque tenía mucho predicamento ante las situaciones de paro y en el marco del emprendimiento. Pareciera que si una persona no encuentra trabajo es que no ha hecho lo suficiente (que es responsable, casi culpable), ya que debe tener una actitud positiva y encontrar los puntos fuertes de su personalidad y sus capacidades profesionales. Es cierto que todo eso ayuda y que seguramente hay que cultivar una actitud positiva ante la vida. Pero en unos momentos en que la tasa de paro supera el 20% de la población que está en disposición de trabajar, seguramente la responsabilidad no es individual, es una cuestión más estructural que no depende tanto de la persona. Seguramente también, dicha situación no la va a solucionar únicamente una actitud positiva, sino una acción sindical, política y económica. Por tanto, una de las críticas importantes a la psicología positiva es una cierta visión naif de problemas estructurales, externos al individuo, que no se van a solucionar solo con una actitud y un pensamiento positivos. Además se corre el riesgo de la desmovilización y de alinearse con postulados neoliberales, individualistas y facilitar, incluso, aquello que se quiere evitar o superar, la propia depresión de la persona, generándose un sentimiento de culpa cuando no le va bien: “Qué habré hecho yo para merecer esto”. Como indica Fernández- Ríos (2018), “hay que ser muy cuidadoso con la utilización ideológica de la psicología de la positividad como mercancía en una cultura política neoliberal de la felicidad”. De acuerdo con Ehrenreich (2019), creemos que ha habido un cierto exceso de pensamiento mágico, a través de la autoayuda, que ha facilitado lo que la autora denomina la cultura del “yo lo valgo”, y que necesita una buena dosis de prudencia y responsabilidad individual y colectiva. El título de su obra es muy expresivo y clarificador: Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo.
En este sentido, el sociólogo argentino Diligenti (2019) advierte del mito del self-made man, y del de la meritocracia, como pilares fundamentales de la psicología positiva, que posterga el papel del contexto social a la hora de determinar la felicidad de las personas, casi independientemente de cualquier factor sociológico, económico o político. La felicidad se ha convertido en una mercancía, y el gran error es pensar que se puede obtener a través del consumo, ya que siempre habrá nuevos objetos de deseo que sustituyan los ya conseguidos. Dicho autor hace suyas las palabras del filósofo italiano Franco Berardi cuando afirma que “la cuestión de la felicidad no es solo una cuestión individual, más bien es siempre una cuestión de lo más colectiva, social. Crear islas de placer, de relajación, de amistad, lugares en los cuales no esté en vigor la ley de la acumulación y del cambio. Esta es la premisa para una nueva política. La felicidad es subversiva cuando deviene un proceso colectivo”. Así, a nivel mundial, también se establecen clasificaciones de los países según los índices de felicidad, como el World Happiness Report que ya hemos mencionado anteriormente. De hecho, fue Bután el país que en 1072 reemplazó el PIB (producto interior bruto) como medición de la situación del país, con una base claramente económica, por el “índice de la felicidad interior (nacional) bruta (FIB/FNB), destacando el desarrollo sostenible y equitativo y la promoción de valores culturales. Según Ruut Veenhoven (2012), y basándose en el World Database of Happiness, la mayoría de la gente es feliz, el promedio de la felicidad a escala nacional se está elevando y la brecha de desigualdad de la felicidad entre países está disminuyendo. Este autor advierte que la felicidad es el objetivo principal para la mayoría de las personas y, cada vez más, se asume políticamente lo que Bentham indicaba sobre el objetivo de hacer más felices a más personas. Esta búsqueda de la felicidad precisa de la comprensión de sus condiciones y por ello la sociología puede ayudar a medir empíricamente la felicidad a través de las encuestas y no dejarlo a la mera especulación.
De todas maneras, la felicidad es un concepto filosófico, ético, ya que tiene que ver mucho con la vida y con su sentido. Así, Cortina (2013) indica que la felicidad humana se deriva de una vida buena, que implica reconocernos en los otros y por tanto amar y construirnos como seres humanos. La felicidad es el fin mismo de la vida, pero cada uno se orienta hacia ella como cree más conveniente. Dicha autora recuerda que los Estados tienen la responsabilidad de garantizar las bases de justicia para que cada cual pueda decidir cómo ser feliz y que no se impida a los demás hacer lo mismo. La felicidad personal, según esta filósofa, consiste en forjarse un buen carácter, cultivando hábitos positivos, a través de la educación y la ética, que nos transforman interiormente a través del obrar bien en seres felices y justos.
(Fidel Molina-Luque. El nuevo contrato social entre generaciones. Elogio de la profiguración. Editorial Los libros de la catarata. Madrid. 2021)