Sabemos que un razonamiento es una manera de probar que una conclusión se sigue necesariamente a partir de unas premisas que sabemos que son verdaderas. Eso significa que para probar que algo es verdadero necesitamos dos cosas: un buen razonamiento y unas premisas que ya supiésemos previamente que eran verdaderas. ¿Y cómo sabíamos que esas premisas eran verdaderas? Pues lo sabíamos o bien porque nos lo había enseñado otra ciencia, o bien porque lo habíamos deducido con otro buen razonamiento y otras premisas verdaderas.
Entonces, ¿por qué sabemos que una ley del pensamiento tan básica como el principio de no-contradicción es verdadera? Como esta ley es una ley lógica, no hay otra ciencia que nos pueda decir si es o no verdadera (ni las matemáticas, ni la psicología, no la mecánica… nos dicen nada acerca de ella). Y como es en realidad la ley más básica, la primera ley, del pensamiento, no podemos probarla con un razonamiento lógico a partir de una verdad lógica anterior. Por eso a alguien le podría surgir la tentación de dudar de ella y no creer que fuera verdadera.
Aristóteles ya se enfrentó con este problema y en su Metafísica argumentó contra los que niegan el principio de no-contradicción. Aristóteles dice allí que alguien podría decir que no se cree este principio, pero lo que nadie puede hacer es pensar sin él. Y si alguien es tan cabezón que quiere negarlo, Aristóteles propuso algo así como que lo llevásemos al borde de un precipicio y le dijésemos: “¿De verdad crees que esto es y no es un precipicio al mismo tiempo y en el mismo sentido? Bueno, pues si de verdad crees que es así, tírate por el precipicio. ¿Pasará entonces que estarás muerto y no estarás muerto a la vez y en el mismo sentido?”
(Grupo Pandora. Filosofía y Ciudadanía. 1º Bach. Editorial Akal. Madrid. 2011)