1.Su fundación.
El cristianismo aparece en la historia de las ideas con san Pablo (7-67), quien tomó la doctrina predicada por Jesucristo e hizo de ella una síntesis comprensiva para cumplir el primer mandato divino, contrario a las antiguas religiones mistéricas: la difusión.
De la figura histórica de Jesucristo sabemos poco, pero Pablo de Tarso era un judío helenizado del que se guarda testimonio documental. No fue discípulo directo de Jesús, pero tomó su palabra y la interpretó, con lo cual sentó las bases del primer cristianismo.
Jesucristo es, según Pablo, el Mesías que esperaban los judíos; Dios hecho hombre, el logos materializado que leemos en la Biblia: “el verbo se hizo carne”. Los dos mundos se comunican por medio del Hijo de Dios- san Juan llama Logos a Cristo-, que, con su vida, pasión y muerte, ha hecho material lo que era inteligible. Este hecho incomprensible, que pretende probarse con milagros, lleva consigo la promesa judía de salvación con el advenimiento de Dios para todos los humanos. Las condiciones: convertirse por el bautismo y cumplir los mandamientos.
Pablo de Tarso, como judío más tarde convertido, intentará al principio realizar la síntesis de filosofía y teología, tomando el platonismo y la doctrina cristiana: dos formas de conocimiento para alcanzar la auténtica verdad de Dios. San Pablo adoptó esta posición en un texto simbólico, el sermón de Atenas, donde acorta distancias entre cristianismo y filosofía destacando sus semejanzas, con el fin de convertir a los paganos griegos desde su mentalidad racional.
Este primer intento fracasó- salvo la conversión de Dionisio el Areopagita-, y cambió de procedimiento. En una de las epístolas a los corintios ataca a la filosofía como “discurso de elocuencia”, “artificio verbal” y “sabiduría persuasiva”, que san Pablo sustituye por la predicación y la pasión salvadora del cristianismo.
En esta posición le siguieron los llamados “apologistas cristianos”, como fue el caso, en los siglos II y III, de Justino y Tertuliano, que proclamaron la defensa pasional de la irracionalidad religiosa. Esta actitud se concreta en una famosa sentencia de este último: “Lo creo porque es absurdo”.
Durante los tres primeros siglos de nuestra era, el cristianismo constituía una religión marginal y perseguida, y junto a ella proliferaron ciertas tendencias visionarias que, buscando superar las limitaciones de la fe ciega del vulgo, se aproximaron, por medio del misticismo, a los misterios divinos. Se trata de los gnósticos. Su forma de conocimiento tendía, sin embargo, a la herejía, que la ortodoxia quería reconducir.
Cuando por fin el cristianismo fue aceptado como una religión del Imperio romano- el Edicto de Milán promulgado por Constantino en el año 313 puso fin a las persecuciones-, resultó necesario sentar las bases teológicas de la fe, delimitar la Revelación y los dogmas para constituir el corpus de la religión y establecer con claridad la “verdad” de su credo, tarea que llevaron a cabo los llamados Padres de la Iglesia, cuyas obras y doctrinas conocemos bajo la denominación de patrística.
La nueva situación privilegiada del cristianismo y el convencimiento de ser la única religión verdadera, frente al error de las ideas paganas, impulsaron una actitud intolerante, que el emperador Juliano trató de mitigar durante su mandato (361-363) restableciendo el paganismo. Sin embargo, cuando en el 380 Teodosio implantó la religión cristiana como única en todo el imperio, fueron al mismo tiempo decretadas penas cortas contra los herejes. El cristianismo salió victorioso y comenzó una larga etapa que iba a determinar el pensamiento durante más de diez siglos.
Los cristianos aceptaban una Revelación divina sobrenatural, que proporcionaba nuevos conceptos acerca de Dios y del hombre, y de las relaciones del hombre con Dios. Para ellos, lo primero era la fe, que ofrecía certeza sobre las verdades reveladas por Dios, muchas de las cuales sobrepasaban el conocimiento racional. Sin embargo, este mensaje encontró resistencia en un mundo antiguo que estaba dominado por las escuelas del helenismo. Los Padres de la Iglesia defendieron la superioridad de la fe cristiana frente a la filosofía e intentaron refutar las doctrinas que se oponían a la Revelación. Pero, al mismo tiempo, empelaron conceptos acuñados por los filósofos paganos para reflexionar y profundizar en la fe.
También existían semejanzas y puntos de encuentro entre el mensaje evangélico y la filosofía pagana. Así, las escuelas neoplatónicas sostenían la existencia de un mundo diferente del sensible, una divinidad trascendente y la inmortalidad del alma humana. Los estoicos, por su parte, defendían la existencia de una razón o logos del universo y proponían el ideal de una vida moderada, regida por la razón.
Pero ¿cómo es posible que coincidieran los hallazgos de la razón y el contenido de la Revelación? San Justino (siglo II) sostuvo que los filósofos paganos habían sido iluminados por Dios para que, con su razón, alcanzaran ciertas verdades sobre el Creador, la naturaleza o el hombre, pero que la verdad perfecta solo se encuentra en la fe cristiana. La reflexión de los filósofos griegos constituía la antesala de la verdadera filosofía revelada por el Nuevo Testamento.
2.Los temas.
El pensamiento cristiano compartió intereses y temas con los filósofos paganos. La reflexión sobre Dios, la relación entre el cuerpo y el alma, la naturaleza del saber y de las ideas…, fueron asuntos heredados por los primeros pensadores cristianos. Sin embargo, el cristianismo obligó a plantear nuevos temas de índole filosófica, que determinarán el marco teórico del pensamiento medieval:
-La relación entre la fe y la razón. El pensamiento cristiano abordó esta cuestión desde sus inicios. La respuesta más común consistió en afirmar que fe y razón son fuentes de conocimiento verdadero, pero diferente. No solo no se oponen, sino que se ayudan y complementan. Es más, fe y razón no se pueden contradecir, porque la realidad es una y el autor de los dos caminos para conocerla es Dios.
-Dios y la Creación. Para la fe cristiana, todas las cosas han sido producidas por Dos a partir de la nada. Eso supuso un cambio muy importante de la filosofía de la naturaleza griega, que desconocía la noción de Creación. Los filósofos antiguos habían hablado solo de una inteligencia ordenadora, pero esto presuponía la preexistencia de la materia.
Por otra parte, en la concepción filosófica griega, la divinidad no se preocupaba de los seres humanos ni tenía relación con el mundo, mientras que el Dios cristiano amaba a los seres humanos.
-El ser humano. El primer pensamiento cristiano fue de corte platónico, ya que Platón había defendido la inmortalidad del alma humana y su primacía sobre el cuerpo. Pero se distanció de él, ya que la fe cristiana situaba en Dios el origen y el destino del alma, y otorgaba mayor dignidad al cuerpo humano: este es creado también por Dios y, por lo tanto, debe ser bueno. Además, Dios mismo se había encarnado y prometía la resurrección de los cuerpos.
Para el cristianismo, todos los seres humanos son iguales en dignidad, porque todos son hijos de Dios, a los que ha creado a imagen y semejanza suya. Esta concepción resultó particularmente novedosa en relación a las culturas griegas y romana, pues en ellas no todos los seres humanos eran iguales, como lo demuestra, por ejemplo, la existencia de la esclavitud.
-Una nueva moral. La filosofía griega consideró que el hombre podía alcanzar- aunque esforzadamente- cierta felicidad a través de la sabiduría y la virtud, pero antes debía liberar su alma de las ataduras del cuerpo.
El cristianismo sostenía que el ser humano- en su unidad de alma y cuerpo- puede alcanzar aquella felicidad pero, además, está llamado a la felicidad perfecta. Para ello, precisa la acción de Dios, que lo salva con su gracia, aunque haya de acogerla libremente.
(AA.VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona. 2016.
(C. Fernández Martorell y P. Montaner Lacalle. Historia de la Filosofía. Los filósofos y sus textos. Editorial Almadraba. Madrid. 2019)