En 1098, cuando los caballeros cruzados estaban a punto de conquistar Jerusalén, nació en Alzey, en una zona montañosa del sudoeste de Alemania famosa por sus vinos, Hildegarda. Fue la décima hija de una familia de la nobleza menor, cuyos padres habían prometido dedicar un diezmo de su prole a la Iglesia, por lo que su destino quedó sellado con su nacimiento. Fue una niña de constitución enfermiza que pasaba mucho tiempo en la cama, lo que no impidió que con tan solo ocho años dejara la casa familiar y pasar a ser tutelada por Jutta, hija del conde Von Sponheim, que había decidido dedicar su vida al Señor. El 1 de noviembre de 1112 Jutta pasó a ocupar un habitáculo anexo al convento en el que fue literalmente enterrada en vida y renunció a todos los placeres mundanos. Debió de ser impresionante ver como tapiaban a una mujer joven que recibía la extremaunción y era amortajada a pesar de estar sana, de hecho vivió veinticuatro años más. Cuando la fama de santidad de Jutta se extendió, se unieron a Hildegarda nuevas pupilas, por lo que tuvieron que construir celdas adicionales, y el monasterio de monjes se convirtió en uno dúplice, donde los monjes ocupaban el edificio principal y las monjas las dependencias anejas que habían crecido a su sombra. Al cumplir los quince años Hildegarda tomó los hábitos y el concento se convirtió en su morada definitiva. La muerte de Jutta en 1136 trajo grandes cambios a la vida de Hildegarda, dado que fue elegida abadesa.
A partir de entonces las visiones que Hildegarda había tenido desde niña y había acallado, porque temía que sus anhelos pudieran estar inspirados por el demonio volvieron con más fuerza:
“Cuando tenía 42 años y 7 meses se abrieron los cielos y una luz cegadora de brillo excepcional fluyó a través de mi cerebro. Y encendió mi corazón y mi pecho como una llama que no quemaba, sino que calentaba y de repente entendí el significado de todos los libros”
Comenzó a redactar su primera obra, Scivias, en 1141 y no dejó de escribir hasta el día de su muerte. Esta obra es un relato de las visiones que según ella Dios le había ordenado comunicar al mundo, que evocan pasajes del Antiguo o del Nuevo Testamento, o bien representan admoniciones a los fieles para que volvieran al camino recto tras haber abandonado la senda del bien.
Hildegarda fue una notable dibujante que empleaba una simbología propia para definir el universo, cuyo centro estaba ocupado por el hombre que había sido creado a imagen y semejanza de Dios. Sus dibujos resultan muy llamativos por su originalidad y por su deslumbrante uso del color, sobre todo el rojo, para ella el símbolo de la vida. En todas las miniaturas se representa a sí misma en una esquina, escribiendo sobre tablillas de cera y recibiendo la inspiración divina, simbolizada por unas llamas rojas que llegan a su cabeza desde el cielo.
Hildegarda supo redactar estas visiones de forma que convenció a las autoridades eclesiásticas, entre ellas a una de las personalidades más poderosas de la cristiandad de la época, Bernardo de Claraval, responsable de la reforma del Císter, fundador de la Orden de los Templarios e impulsor de la Segunda Cruzada. Bernardo defendía la fe por encima de la razón, por lo que fue enemigo mortal de Abelardo, el enamorado de Eloísa, que intentó compaginar fe y razón. Como prueba de la autoridad indiscutible de Bernardo, unos años antes de que Hildegarda solicitase su consejo había sido el árbitro en el cisma originado por la coexistencia de dos papas, Anacleto e Inocencio II, y decidió que el papado recayera sobre este último, a pesar de que era el que contaba con menor número de apoyos en la curia.
Bernardo habló de las visiones del Scivias de Hildegarda al papa Eugenio III, que había sido discípulo suyo, durante la celebración de un concilio presidido por el papa en la ciudad alemana de Tréveris en 1147. Eugenio III quedó tan impresionado que leyó parte de estas visiones en una de las sesiones solemnes del concilio. Tras ello escribió una carta a Hildegarda en la que la felicitaba y animaba a que siguiera con su obra y le otorgaba permiso para que fundara un convento a orillas del Rin, en Bingen, como era su deseo, sin la tutela de ningún monje.
Con esta carta, la paupercula femina, como se denominaba Hildegarda a sí misma, fue investida con la autoridad divina. No obstante, cuando intentó fundar el nuevo, los monjes se opusieron a su marcha, dado que con ella el convento dúplice perdería mucho prestigio. Hildegarda tuvo entonces una nueva crisis de salud que la postró en cama y que no remitió hasta que logró la autorización para el traslado. Llegaron al nuevo enclave cerca de Bingen, el sitio que el Espíritu Santo había elegido para Hildegarda en uno de los parajes más hermosos de Alemania, en torno a 1150. Aunque el asentamiento no estuvo exento de problemas, dado que allí solo había unas ruinas inhabitables, una vez liberada de la autoridad de los monjes, los años posteriores al traslado fueron los más productivos de Hildegarda. Terminó de escribir las Scivias y escribió el Libro de las cosas divinas y el Libro de las cosas humanas. También por esa época inventó la Lingua ignota y comenzó la composición de su impresionante obra musical escribiendo la Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes.
La obra científica que convirtió a Hildegarda en la sabia más deslumbrante de la Edad Media fue Subtilitates diversaron naturarum creaturarum, las “Sutilezas de la diversa naturaleza de las cosas creadas” que escribió entre 1151 y 1158. A partir de su publicación en el siglo XIV, se presenta como dos textos, el primero conocido como Physica o Libro de la medicina simple, y el segundo como Causae et Curae, o Libro de la medicina compleja.
La Physica es una enciclopedia de lo que entonces se denominaba “filosofía natural”, que hoy llamaríamos tratado de botánica, zoología y mineralogía, porque contiene descripciones de las plantas, animales y minerales conocidos entonces, junto con su carácter de acuerdo a la clasificación de Aristóteles- caliente o frío, húmedo o seco- y sus principales aplicaciones médicas. Es una recopilación exhaustiva del saber de entonces, que recoge el conocimiento obtenido a través de san Isidoro de Sevilla o traído por los cruzados desde el mundo árabe, al que habían llegado siglos antes las teorías aristotélicas. Es la única obra de este tipo aparecida en el Occidente cristiano durante esa época, porque Hildegarda no se limitó a la recopilación de los saberes ajenos, sino que incorporó el conocimiento adquirido por ella misma o sus allegados con la observación directa de la naturaleza. La parte dedicada a las plantas es la más extensa, dado que estas eran las auténticas medicinas de la época. Al lúpulo, una de las plantas incluida en el libro primero, Hildegarda le atribuía propiedades curativas frente a la bilis negra o melancolía, y a instancias suyas se incorporó a la cerveza, en la cual, además de contribuir a la estabilidad de la espuma, la aromatizaba y preservaba por sus propiedades antisépticas. No es exagerada la afirmación de los maestros cerveceros de hoy que dicen que en la elaboración de la cerveza hay un antes y un después de Hildegarda, porque desde entonces el lúpulo es un ingrediente imprescindible en las cervezas de todo tipo.
Este tratado de “filosofía natural” es lo más parecido a un tratado científico de la época, pero esta afirmación hay que tomarla con cautela. Así, a pesar de ser la mejor enciclopedia, contenía una descripción detallada de una criatura que nunca existió, el unicornio del que dice: “es más caliente que frío, pero su fuerza es mayor que su calor. Come plantas limpias. Cuando anda lo hace como a saltos. Huye de los hombres y de los otros animales, excepto los que son de su especie, y por eso no puede capturarse. Teme y evita especialmente al hombre varón, igual que la serpiente en la primera caída evitó al hombre y fijó su mirada en la mujer, este animal evita al hombre pero sigue a una mujer”.
Esta estampa entre poética y disparatada parece haber sido la fuente de inspiración de las escenas de la primera película de Harry Potter en las que aparece este animal mítico que ha fascinado a los hombres de todas las culturas. Tras ella Hildegarda pasa a darnos recetas precisas del uso de este hermoso y esquivo animal para curar enfermedades y para prevenir envenenamientos.
Causae et curae está organizada en cinco secciones que incluyen recetas detalladas para curar más de doscientas enfermedades conocidas en esa época. A diferencia de lo que se encuentra en la Physica, en esta obra se dan proporciones de los distingos remedios usados. Muchas de estas recetas funcionaban razonablemente bien, porque debían de tener una base empírica, dado que Hildegarda debió de tener ocasión de tratar a muchos enfermos y comprobar en ellos los efectos de los distintos remedios en la enfermería del convento. Según la hipótesis vigente en la época, la enfermedad era consecuencia de la pérdida del delicado equilibrio de los cuatro humores, que podía ser restaurado consumiendo la planta adecuada, aunque solo en el caso de que esa fuera la voluntad de Dios.
Esta obra tiene otras secciones tales como cosmología y una descripción del papel del hombre en el universo. Intenta dar una explicación global del mundo, atreviéndose a definir conceptos tan abstractos como “la nada”, para la cual los científicos de hoy aún no han dado una definición.
A lo largo de toda la obra de Hildegarda, el centro de la creación es el hombre, el cual está hecho a imagen y semejanza de Dios, y su fin principal es adorar y glorificar a su creador. Tanto en la parte científica como en la teológica, aparece un concepto innovador que no había sido usado por ningún otro autor, cristiano o pagano: la viriditas, el poder de reverdecer, que tiene una acepción física y espiritual y, como todo lo que concierne al hombre, es otorgado por el creador.
Hildegarda habla con gran desparpajo de las relaciones sexuales, a las que no se refiere solo como preámbulo de la concepción, sino que hace mención expresa del placer sexual tanto del hombre como de la mujer, tema tabú hasta bien entrado el siglo XX. Fue la primera persona que describió el organismo femenino y se refirió a él en distintos capítulos de su obra, explayándose en las analogías y diferencias con el orgasmo masculino. De acuerdo con la teoría de la pangénesis de Aristóteles, Hildegarda decía que el portador de la simiente era el hombre, mientras que la mujer era un mero receptáculo en el cual se criaba el nascituns. La fuerza del semen determinaba el sexo del niño, mientras que la pasión y el amor con que el acto conyugal determinaban el carácter del neonato. También se refiere a asuntos tan delicados como la infertilidad, que consideraba que podía deberse no solo a la mujer, sino también al hombre.
Para entender los motivos que llevaron a Hildegarda a escribir de forma tan prolija sobre las relaciones sexuales hemos de tener en cuenta el momento histórico en el que escribió esta obra. A mediados del siglo XII había transcurrido poco más de un siglo desde que se había materializado la escisión de la Iglesia tras el Cisma de Occidente, y una nueva y pujante herejía, la de los cátaros, también llamados “albigenses”, amenazaba con una nueva ruptura. Como reacción a la corrupción y molicie del claro, los cátaros repudiaban todo lo que tenía relación con el cuerpo, y por ello detestaban muy especialmente a las mujeres, principales responsables del pecado de la carne. Hildegarda predicó contra esta herejía de forma vehemente, y para diferenciarse de ellos, aunque advirtió sobre el peligro del pecado de la carne, escribió sobre el placer sexual, porque como todo en el hombre no podía ser execrable por ser obra de Dios. Poco después de la muerte de Hildegarda, el papa Inocencio III decretó la cruzada albigense en la cual, para luchar contra la herejía, se emplearon los métodos violentos que Hildegarda siempre había rechazado. Solo de esta forma, quitándoles la vida a los herejes, el papado logró arrancar de raíz la herejía.
[…] La obra de Hildegarda es tan polifacética que no es de extrañar que hoy sea una figura presente en muchos ámbitos. A finales del siglo XX se descubrió su faceta musical, y en 1998 se grabó su producción musical completa con motivo del 900 aniversario de su nacimiento. A comienzos del siglo XXI sus métodos curativos se encuentran entre los más prestigiosos de las medicinas alternativas, lo que ha sido aprovechado convenientemente por individuos que han convertido sus recetas en un lucrativo negocio. Sus métodos se emplean en clínicas y se enseñan en escuelas a la vez que surgen multitud de páginas web que los difunden. Y los más sorprendente de todo, hay muchas personas que los consideran mejores que la medicina científica.
[…]Por otro lado, a pesar de que Hildegarda habla abiertamente del placer femenino, su postura respecto a las relaciones sexuales era completamente ortodoxa. Así encontramos textos demoledores contra la fornicación entre varones y hembras, y contra las relaciones homosexuales, tanto entre hombres como entre mujeres. No es menos feroz su condena de la masturbación, tanto en los hombres como en las mujeres:
“También los varones que, tocándose el prepucio, derramen su semen concitarán desdicha a sus almas porque, al excitarse así, enteramente se perturban y, por eso, serán a Mis ojos como animales inmundos que devoran a sus crías, pues con perfidia arrojan su semen a tierra en infame polución. Y las mujeres que los imiten, tocándose impúdicamente, y que, incitadas por el ardiente aguijón de la abrasadora lujuria, agitan sus cuerpos hasta extenuarse son del todo culpables porque deberían mantenerse en la castidad, pero se deshonran en la inmundicia”
Leyendo sus textos parece mucho más lógico que la Iglesia de Roma enarbole como bandera la vida y obra de Hildegarda. Juan Pablo II fue el primero en reconocer que estaba enriquecida con dones sobrenaturales. Su sucesor Benedicto XVI la declaró oficialmente santa en mayo de 2012. Este mismo año fue proclamada doctora de la Iglesia. Hildegarda era merecedora de todos estos honores, pero llegan algo tarde, dado el fervor y la eficacia con la que predicó para mantener la ortodoxia del credo.
[…]A pesar de todo sus méritos, los procesos de canonización de Hildegarda comenzados por Gregorio IX y por Inocencio IV en el siglo XIII no prosperaron, mientras que varios monjes contemporáneos de Hildegarda y otros que vivieron en siglos posteriores fueron proclamados santos aunque sus méritos fueran mucho más escasos y dudosos que los de Hildegarda. Al parecer la Iglesia no quería tener en su santoral a una mujer que vivió en la época en la que estas fueron expulsadas definitivamente de todos los puestos de relevancia en su seno. Las cosas son diferentes en el siglo XXI; ahora resulta conveniente tener una nueva santa, que además recibe el gran honor de tener un puesto entre los doctores de la Iglesia, selecto grupo en el que solo hay 35 personas de las cuales 4 son mujeres.
Aunque no podemos entender la vida de Hildegarda fuera de la Iglesia, aparte de sus méritos religiosos, es evidente que fue una persona extraordinaria: transgresora, imaginativa, polifacética, exuberante en sus amores y en sus odios, con una enorme capacidad de trabajo y sacrificio, y sobre todo una gran fe en el dios de los cristianos. Su rebeldía, si es que la tuvo, fue de un tipo muy especial, dado que supo amoldarse a la autoridad de la Iglesia y amoldar a su vez a la Iglesia para que le permitiera transmitir su mensaje y hacer y decir lo que quiso. Hildegarda siempre hizo creer que todos sus conocimientos se debían a la inspiración divina y que ella no era más que una paupercula femina, una pobrecita mujer.
(Adela Muñoz Páez. SABIAS. La cara oculta de la ciencia. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona. 2022)