Entre las principales preocupaciones de Platón figuró, desde el principio, la política. Hubiera deseado participar en la vida pública de Atenas, como nos relata en la Carta VII, e intentó hasta en tres ocasiones implantar su sistema político ideal en Sicilia, pero fracasó en todas ellas.
En su análisis de la Atenas socrática, Platón encuentra dos defectos fundamentales: la incompetencia e ignorancia de los políticos y las luchas entre grupos de tendencias oligárquicas y democráticas que permitían que, en cualquier momento, los intereses de grupo prevalecieran sobre las necesidades del Estado, lo cual resultó ser una de las principales causas de la relativa inestabilidad del gobierno de las ciudades -Estado griegas.
Todos sus esfuerzos se dirigen, pues, a proyectar una reforma política. Y como considera que tanto la democracia como la tiranía son causa de los males de Atenas, y éstos, a su vez, resultado del relativismo y escepticismo de los sofistas, la pretensión de Platón será fundamentar la polis y sus instituciones en el “orden eterno del ser”. Es decir, en un orden de principios que hay que descubrir y luego enseñar.
La base de la reforma platónica será, pues, la educación, y la última justificación de sus gobernantes el saber, entendido en la línea de identificación socrática entre saber y virtud. Por ello, tras el fracaso de sus intentos de intervención política directa, Platón se dedicará al estudio y a la enseñanza, a la preparación de la élite que debería gobernar.
1.Organización política y justicia
En La República, Platón expone su concepción de la organización social y política ideal al hilo de una investigación sobre la justicia. partiendo de una definición de justicia (“dar a cada uno lo suyo”) que Platón, por boca de Sócrates, considera insatisfactoria, propone un análisis de qué sea “lo justo” en el hombre y en la ciudad, para llegar a una definición satisfactoria de justicia.
Por esta razón se pregunta cuál es el origen de la ciudad. Ésta surge para dar satisfacción a las complejas necesidades del hombre, ya que nadie puede bastarse a sí mismo. El reparto del trabajo se encuentra, así, en la base de toda ciudad.
Las necesidades humanas básicas son alimento, la habitación y el vestido. Se requiere, por tanto, la existencia de labradores y artesanos. Aparecen el comercio y el dinero y surgen otras necesidades.
En este contexto expone el tema central del diálogo La República: la organización política ideal y la educación de los distintos tipos de ciudadanos.
Dos son las tesis principales de la teoría política platónica:
*El gobierno de la ciudad debe ser un arte basado en un conocimiento verdadero.
*La sociedad es una mutua satisfacción de necesidades entre sus miembros, cuyas capacidades se complementan.
2.La división platónica de la sociedad
Las dos tesis expuestas llevan a Platón al planteamiento de una organización cerrada de la sociedad estructurada en tres grupos bastante rígidos:
-Productores: campesinos, comerciantes y artesanos.
-Guardianes- guerreros.
-Gobernantes-filósofos.
La sociedad organizada de este modo, se corresponde con la división que Platón hace del alma humana. Como en cada hombre predomina una de las tres partes del alma, esto permite la distribución de los roles sociales de acuerdo con las características psicológicas de los individuos.
Así, en los agricultores y ganaderos- los productores- domina la parte concupiscible del alma; en los que velan por la seguridad de sus conciudadanos- los guardianes o guerreros-, la parte irascible; y en los gobernantes, la racional.
A cada uno de estos grupos sociales corresponde practicar, según Platón, una virtud particular. La prudencia sería la virtud de los gobernantes, la valentía, la virtud de los guerreros y la templanza la de los agricultores y artesanos. Estas virtudes corresponden a cada grupo social por ser la virtud que predomina en el alma de los hombres que integran ese grupo.
La justicia aparece como la reguladora de las relaciones entre los individuos en el Estado, al igual que orden la relación armónica de las partes del alma en el individuo. Platón logra así una definición de la justicia (“hacer cada uno lo suyo”), que era el propósito con el que se inició la investigación de La República.
3.La formación de los guardianes y los gobernantes
Para Platón, una ciudad feliz es aquella en la que cada cual cumple su misión conforme al orden ideal. En esta ciudad ideal, el gobierno corresponde a los mejores por sus capacidades naturales y su educación. La tarea del gobernante consiste en vigilar que este orden se mantenga, que cada individuo ocupe el puesto que por aptitud natural le corresponde y reciba la educación adecuada a su posición en la sociedad.
Platón dedica una gran parte de La República a analizar las aptitudes naturales y a tratar el problema de la educación de los guardianes, sí como de la de los gobernantes, porque de estos dos grupos dependerá principalmente el ben funcionamiento de la ciudad.
3.1.La educación de los guardianes
Los guardianes deben tener un régimen especial de vida: se alojarán separados del resto de los ciudadanos; no poseerán riquezas propias, ni tampoco vivienda privada, ni familia, ni mujeres en régimen de matrimonio monogámico permanente. Cuando se unan con mujeres, éstas serán de su misma clase, y se preservará la pureza del grupo controlando la descendencia con medidas eugenésicas, es decir, haciendo que los individuos del grupo mejoren desde el punto de vista biológico: evitando que tuvieran descendencia los individuos más débiles y defectuosos, según el modelo espartano.
No teniendo nada propio, la clase de los guardianes estará en mejores condiciones para cumplir su papel de exclusivos servidores de los intereses de la República.
3.2.La educación de los gobernantes
Los gobernantes proceden de la clase de los guardianes o guerreros. Se seleccionan entre los mejores guardianes. Su procedencia y selección, así como su educación, ocupan el centro de sus preocupaciones, ya que la única justificación válida para llegar a ser gobernante es la de contarse entre los mejores o los más sabios.
Platón establece, pues, una relación entre “saber” y “derecho”, e incluso “deber”, de gobernar. La clase gobernante es una especie de aristocracia basa en la capacidad intelectual y en la preparación científica. El filósofo-gobernante debe practicar la dialéctica, que es el método para alcanzar el grado supremo de saber en la jerarquía del conocimiento. Pero previo al estudio de la dialéctica, el filósofo debe estudiar las ciencias que Platón considera fundamentales, algunas de las cuales forman parte de la preparación de los guerreros o guardianes: gimnasia, música, cálculo, aritmética, geometría y astronomía.
Estas ciencias conducirán al alma hasta la dialéctica, que el filósofo debe alcanzar no sólo para disfrute personal, sino con el fin de devolver como gobernante el cuidado y la educación que la ciudad le ha proporcionado. Porque sólo el filósofo reúne las cualidades necesarias para el buen gobierno de la ciudad.
4.El gobierno de los filósofos
Platón, tanto por su tradición familiar como por su propia vocación, estaba destinado a las tareas políticas. Sin embargo, en el año 399 a. C., Sócrates, su maestro, fue condenado a muerte y, Platón, decepcionado por esta condena, abandonó la política activa.
A los ojos de Platón, Sócrates era un dechado de virtud y, sin embargo, había sido condenado a muerte. Dicha había sido impuesta por un jurado “legal”, compuesto por 500 ciudadanos atenienses elegidos de acuerdo con las leyes. A este respecto, el propio Platón, presente en el juicio, pudo comprobar que se cumplieron todos los requisitos exigidos por la Constitución democrática de Atenas. Y, no obstante, a su parecer, esta condena había constituido una manifiesta injusticia, un colosal desatino.
Platón se resolvió, ante tal hecho, a llevar a cabo un profundo análisis filosófico encaminado a averiguar cómo debía ser un Estado en el que reinara una auténtica justicia y en el que no tuvieran cabida hechos como el señalado. Platón reconoce que para gobernar el Estado es necesario recurrir al poder. Ahora bien, una cosa es el poder egoísta e interesado, el poder arbitrario del tirano o el poder del más fuerte o el más astuto; y otro, el poder justo del gobernante legítimo y honesto. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? Según nuestro autor, la diferencia reside en que el poder legítimo y honesto se fundamenta en la idea de Bien, mientras que los otros tipos de poder se apartan en mayor o menor medida de dicho fundamento.
Pero, ¿cómo alcanzar la idea de Bien? Para Platón, la idea de Bien no puede alcanzarse mediane ningún tipo de enseñanza mítico religiosa, ni tampoco mediante la decisión de la mayoría y mucho menos recurriendo a la fuerza o a la astucia, sino únicamente por medio de la facultad más alta y más sublime de cuantas poseemos los seres humanos, a saber, la razón.
Ahora bien, ¿cuál es la actividad propia y característica de la razón? La filosofía. En consecuencia, únicamente mediante un serio esfuerzo filosófico será posible alcanzar la idea de Bien. Para Platón únicamente la filosofía puede llevarnos a descubrir la esencia del poder legítimo y honesto, es decir, la naturaleza del Estado justo. Por tanto, los filósofos deberían ser los encargados del gobierno, porque únicamente estos son capaces de “llegar al conocimiento” de la idea de Bien y, en consecuencia, son los únicos capaces de conocer la auténtica verdad.
La política de Platón es, ante todo, una política de ideales, fundamentada en el mundo de las ideas, ya que, según él, solo quienes logren comprender el orden y la jerarquía de dicho mundo y ascender a la contemplación de la idea de Bien, la idea suprema, serán capaces de averiguar en qué consiste el Estado perfecto y la justicia perfecta y, por ende, organizar y gobernar el Estado. No obstante, nuestro autor, en modo alguno se quedó en este nivel, sino que también intentó descender a la política concreta. A este respecto, según su opinión, la tarea política del filósofo debe abarcar, al menos, las cuatro dimensiones siguientes: En primer lugar, diseñar el prototipo del Estado ideal. En segundo, esforzarse, sin pausa ni descanso, en mejorar tal diseño. En tercero, procurar que la práctica política concreta se aproxime lo máximo posible a las directrices del Estado ideal. Y en cuarto, llevar a cabo una sana pedagogía política encaminada a la educación de los ciudadanos, pues tal y como pone de relieve Platón, ellos deben ser los encargados de impartir la educación para la ciudadanía.
Así pues, según nuestro autor, solo los filósofos deben gobernar. Ahora bien, ¿quiénes pueden llegar a ser filósofos? En teoría, todos los seres humanos. Pero a la hora de la verdad resulta que solo unos pocos lo logran. ¿Quiénes? Los mejor preparados: los más constantes, los más deportistas y los más altruistas. A este respecto, en el libro VII de la República se nos presenta una larga “carrera” que comienza desde niño y dura hasta después de los cincuenta años, y que tiene lugar, al principio, por el mundo de las artes y las ciencias y, posteriormente, por el de las ideas.
Y a “los que se hayan acreditado como los mejores”, se les debe obligar a elevar el “ojo del alma”- o sea, el entendimiento- hacia la idea de Bien y, tras contemplar el Bien en sí, “sirviéndose de éste como paradigma” serán los encargados de “organizar durante el resto de sus vidas- cada uno a su turno- el Estado, a los particulares y a sí mismos, pasando la mayor parte del tiempo con la filosofía, pero, cuando el turno llega a cada uno, afrontando el peso de los asuntos políticos y gobernando por el bien del Estado”.
Las tareas del Estado son muy numerosas, pero además de las ya señaladas, Platón hace hincapié en las dos siguientes: la eliminación de la pobreza y de la riqueza y la educación de la juventud.
*La eliminación de la pobreza y la riqueza. A juicio de nuestro autor, tanto la pobreza como la riqueza impiden a los individuos cumplir correctamente con sus funciones sociales. En consecuencia, proscribe la propiedad privada tanto para los guerreros como para los filósofos o gobernantes. La clase de los productores podrían poseer propiedades y hacer el uso que consideren oportuno de las mismas; sin embargo las otras dos clases no.
*La educación de la juventud. Según Platón, las mujeres, exactamente igual que los varones, deben ser educadas tanto en las ciencias y las artes (astronomía, música, matemáticas, etc.) como en las actividades físicas (gimnasia, estrategia militar…); por tanto, el Estado deberá hacerse cargo de la educación de los hijos. A estos efectos, nuestro autor propone la supresión de la familia convirtiéndose así el Estado en una única y gran familia.
5. Influencia de la teoría política de Platón
No ha faltado quien haya visto en la teoría política de Platón un precedente de una concepción totalitaria e incluso una justificación para sistemas inquisitoriales posteriores.
Si bien lo que acabamos de decir es cierto, habría que añadir, sin embargo, que en Las Leyes, una de sus últimas obras, Platón no sólo llegó a reconocer el carácter utópico de muchas de sus propuestas de La República, sino que volvió a conceder a la ley y al derecho el lugar que ocupaban en la estimación moral de los griegos, según la cual tanto el gobernante como el súbdito estaban sometidos.
Por otro lado, La República platónica ha servido como fuente de inspiración para numerosos teóricos que han visto en ella el modelo para sus utopías políticas, que, sin duda, han contribuido a crear una sociedad más justa e igualitaria.
Entre los filósofos influidos por la teoría política de Platón podemos citar a T. Moro, autor de Utopía (1516); T. Campanella, que escribió La Ciudad del Sol (1623); y, por último, F. Bacon, con su Nueva Atlántida (1627).
Por el contrario, entre los detractores de Platón podemos hallar a Maquiavelo, quien en su obra El Príncipe (1513) critica el idealismo platónico de La República por ser una ficción inoperante y estéril. Más recientemente, K. Popper, en su obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945), considera al platonismo como el germen de las doctrinas totalitarias contemporáneas: el fascismo y el estalinismo.
(AA.VV. Paradigma 2. Historia de la filosofía. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2003
Diego Sánchez meca y Juan José Abad Pascual. Historia de la filosofía. Método@ pruebas. Editorial Mc Graw Hill. Madrid. 2009)