No es extraño que una sobrecarga de ideología llegue a nublar la razón. Éste fue el caso de una parte de la tradición marxista que, cegada por el dogmatismo de cierta interpretación de Marx, llegó a rechazar la lógica formal.
El filósofo alemán Marx, al estudiar las leyes que rigen la sociedad moderna, había defendido que en la historia nada permanece inalterado por toda la eternidad. Contra el intento ideológico de presentar el capitalismo como fase última del desarrollo humano y como el fin de la historia y la realización plena de todas las aspiraciones de la razón, Marx había defendido que las sociedades capitalistas, como cualquier otra formación social, son un producto histórico que, al igual que todos los demás, ocupan un determinado período y, tarde o temprano, terminan pereciendo para dar paso a otro sistema.
Este planteamiento elemental fue dogmatizado por una parte de los seguidores de Marx que vieron en él un principio general de rechazo a cualquier estructura permanente. Así, la constatación elemental de que no es posible detener por completo la historia fue transformada en un principio filosófico que impugnaba por antimarxista y contrarrevolucionario el descubrimiento de cualquier elemento estable en el pensamiento o en la realidad.
De este modo, algunos llegaron a rechazar la estructura de la lógica formal por considerar que acarreaba una sospechosa pretensión de estabilidad y permanencia. En efecto, algunos autores como Ted Grant y Alan Woods sostienen que el enfoque marxista “está en contradicción abierta con las llamadas leyes de la lógica formal, la expresión más absoluta de pensamiento dogmático que nunca se haya concebido, una especie de rigor mortis mental. Pero la naturaleza vive y respira, y resiste tozudamente el acoso del pensamiento formal. “A” no es igual a “A”.
Contra este modo disparatado de plantear las cosas, siempre hubo un marxismo sensato capaz de distinguir entre las transformaciones de la realidad y la estructura lógica o matemática que es necesario considerar para estudiarla. Por ejemplo, Manuel Sacristán respondía ante este modo de plantear las cosas (no sin ironía) que “cuando una persona engorda de 50 a 60 kilos, lo que cambia no es el número 50, sino la persona. El número 50, construcción conceptual de la ciencia, es siempre el mismo”.
(Grupo Pandora. Filosofía y Ciudadanía. 1º Bach. Editorial Akal. Madrid. 2011)