1. LIBERALISMO.
Desde su aparición, el Estado ha ido adquiriendo un creciente protagonismo en la vida social y política del mundo moderno. La enorme influencia que las decisiones del Estado pueden tener sobre las personas ha hecho que las relaciones entre el poder estatal y los individuos no siempre hayan sido fáciles.
La consolidación de los primeros Estados nacionales a comienzos de la Edad Moderna estuvo asociada al desarrollo del absolutismo. En una monarquía absoluta, el rey dispone de todo el poder del Estado y ejerce personalmente la soberanía. Las personas sobre las que el rey ejerce su dominio son sus súbditos, ya que están sujetos a las normas y decisiones establecidas por la Corona.
En contraste con el absolutismo, el liberalismo es una doctrina política que afirma la libertad e independencia del individuo frente al poder del Estado. De acuerdo con la doctrina liberal, un régimen político solo puede ser legítimo si cuenta con el consentimiento de la población. Para los liberales, el poder del Estado debe estar sometido a límites y controles estrictos para que nunca pueda emplearse contra la libertad de los individuos.
Los pensadores liberales estaban muy preocupados por evitar que el Estado pudiera convertirse en una institución tiránica. Para que eso nunca ocurra hace falta que todos los individuos respeten las leyes, independientemente de su posición. Un sistema político organizado de este modo se caracteriza por el imperio de la ley, puesto que lo que hay que hacer viene indicado por las leyes, y no por ninguna persona concreta.
La división de poderes es otro importante mecanismo que sirve para garantizar la libertad y evitar la tiranía. Con la idea de evitar posibles abusos, los pensadores liberales propusieron dividir el poder en distintas partes, encomendando el ejercicio de cada una de ellas a una institución diferente.
Para garantizar que estos mecanismos siempre sean respetados, el liberalismo político insiste en que deben estar recogidos en una Constitución. La Constitución es la ley suprema que regula el funcionamiento del Estado y que todos están obligados a obedecer. Así se confía en poder evitar los excesos que habían sido tan frecuentes en tiempos del absolutismo.
La importancia de llevar a cabo esta división de poderes fue defendida con gran vigor por el francés Montesquieu. Este pensador proponía distinguir tres poderes distintos dentro del Estado; el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
De acuerdo con Montesquieu, para que en un Estado reine la libertad y la justicia es necesario que estos tres poderes estén a cargo de instituciones distintas y sean ejercidos por personas diferentes. De este modo, si uno de los tres poderes pretende abusar de su posición, existirán otras dos instituciones independientes que podrán poner freno a los excesos y garantizar el buen gobierno.
Tras un complejo proceso de luchas revolucionarias que se extendió durante varios siglos, los planteamientos políticos liberales lograron imponerse en numerosos países.
De hecho, nuestra actual forma de organización política occidental sigue estando basada en las ideas fundamentales del liberalismo, incluyendo el respeto de la libertad individual y el establecimiento de límites para el ejercicio del poder estatal. Por eso puede decirse que los Estados democráticos que hay en la actualidad son herederos directos de la tradición política liberal.
2. EL ANARQUISMO.
La aparición del Estado como forma de organización social no siempre ha sido valorada positivamente. El anarquismo es una teoría política que rechaza la existencia del Estado. Los anarquistas piensan que la estructura coercitiva del Estado provoca muchos más problemas de los que resuelve.
Según los postulados anarquistas, el Estado somete a los individuos, limita su libertad y reprime sus posibilidades de desarrollo personal. Solo será posible construir una sociedad verdaderamente libre y plena cuando el Estado desaparezca y las personas puedan relacionarse entre sí con total libertad y espontaneidad.
Una vez abolido el Estado ya no habrá coerción, ni cárceles, ni policía, ni ejército. Todas estas instituciones represivas dejarán de ser necesarias, porque en una sociedad anarquista los seres humanos podrán finamente cooperar entre sí con total libertad para crear un mundo mejor.
Aunque el anarquismo ha contado con numerosos seguidores, su propuesta de organización social nunca ha sido puesta en práctica de forma coherente y sistemática. Los críticos del anarquismo sostienen que esta teoría ofrece una visión excesivamente optimista de los seres humanos, porque cree que las personas somos fundamentalmente bondadosas y cooperativas.
Según esta visión crítica, el anarquismo peca de ingenuo al olvidar las tendencias egoístas y destructivas que están presentes en nuestra naturaleza humana. Sin embargo, los anarquistas responden a estos planteamientos afirmando que si las personas son agresivas y competitivas es porque están sometidas a la represión del Estado, de forma que, cuando este ya no exista, estas tendencias negativas y antisociales también desparecerán.
3. EL TOTALITARISMO.
Podría decirse que el totalitarismo es la doctrina política opuesta al anarquismo. En un régimen totalitario el poder del Estado es tan grande que se extiende a todos los ámbitos de la vida, incluyendo la economía, la organización social e incluso la vida personal de los individuos, sus ideas y sus costumbres. El control absoluto del Estado sobre todas las esferas de la vida se ejerce mediante la dictadura de un partido único, dominado por un líder incuestionable que moviliza a las masas manipulando los medios de comunicación y empleando poderosas formas de propaganda.
El auge de los regímenes totalitarios marcó decisivamente la historia de Europa durante los años 30 y 40 del siglo XX. Hannah Arendt es una de las filósofas que más radicalmente ha denunciado el totalitarismo en su obra Los orígenes del totalitarismo (1951)
El nazismo alemán y el estalinismo soviético son dos ejemplos de sistemas políticos que ejercieron el poder de forma totalitaria.
El régimen nazi es un ejemplo de régimen fascista. El fascismo es un movimiento nacionalista agresivo que aspira a organizar la sociedad de forma jerárquica, incluyendo la completa obediencia a las órdenes del líder. Además, el nazismo se basaba en una ideología excluyente, que insistía en la superioridad biológica de unas razas sobre otras.
El nazismo incluía en su programa político la intención de desplazar a las razas inferiores para extender el dominio de las razas superiores sobre la Tierra con el fin de crear un mundo nuevo.
La ideología del régimen estalinista estaba basada en el comunismo, una teoría política que aspiraba a liberar a los seres humanos de la explotación capitalista. Según la doctrina comunista, las injusticias y las desigualdades sociales se originan porque los medios productivos (las fábricas, la tierra y el capital) están en manos privadas.
Por eso, para cambiar esta situación, es necesario acabar con la propiedad privada y con el actual sistema de clases sociales, lo cual solo seré posible si los trabajadores toman el poder y controlan el Estado. Entonces será posible una sociedad sin clases en la que ya no existirá la explotación ni la miseria.
Aunque la ideología de estos dos regímenes era muy diferente, puede considerarse que los dos sistemas compartían una misma visión sobre el ejercicio del poder. En ambos casos, el completo control del Estado sobre todos los aspectos de la vida sometió por completo la iniciativa individual y provocó un enorme sufrimiento. Conviene además recordar que cuando llegaron al poder, estas ideologías que afirmaban su deseo de construir un mundo mejor suprimieron la libertad y provocaron millones de muertes.
Según la interpretación de Arendt, una de las pensadoras políticas más lúcidas del siglo XX, el totalitarismo pretendía superar los conflictos de la vida social suprimiendo la confrontación política y sustituyéndola por un acuerdo unánime impuesto por la fuerza.
En este sentido, los totalitarismos se parecen a los diversos diseños utópicos que los filósofos han planteado a lo largo de la historia. En todos estos casos, el objetivo consiste en suprimir la incertidumbre que ocasiona la política creando en su lugar un modelo ideal de sociedad en el que esta actividad ya no será necesaria.
Sin embargo, según nos recuerda Arendt, la política es una dimensión esencial de los seres humanos, en la que se expresa la libertad y se manifiesta la diversidad de opiniones y puntos de vista que enriquecen nuestra convivencia. Por eso, de acuerdo con Arendt, la política no puede eliminarse, sino que forma parte inevitable de nuestra realidad auténticamente humana.
(C. Prestel Alfonso. FIL Filosofía. Vicens Vives Bachillerato.2015)